07 Ene 2021 -EL AÑO PARA RESTAURAR LA HORTICULTURA-
La biodiversidad es un seguro de vida para la humanidad, acabar con la erosión del patrimonio vegetal es la clave para que las sociedades futuras sean menos vulnerables y dependientes en el planeta Tierra.
Con estas palabras empezaba un artículo tres años atrás titulado “La horticultura recobrada” el insigne Dario Vidal; [Si hay algo que hable del desprecio de lo nuestro y del envilecimiento de lo que hubiera de enorgullecernos, es la marginación de nuestras especies y el abandono de las semillas autóctonas, que constituyen una riqueza silenciada, simplemente por ser nuestra, hasta que es sustituida por una especie espuria. Es tan estúpido encerrarse en lo propio, como acoger las modas sin criterio y con los ojos cerrados.]
Socios de la Cooperativa LA SAZÓN en una cata para ver las cualidades sensoriales de un melón tradicional recuperado en Huesca.
No me cabe ninguna duda que una pieza importante de la solución al drama del cambio climático en esta nueva era es la de posicionar la economía circular dentro de la sociedad, especialmente la del panorama alimentario. Priorizar la sabiduría local, consensuar los intereses colectivos, favorecer la transferencia del conocimiento, promover la investigación al servicio de la sociedad e implementar la diversidad vegetal son algunas de las claves para devolver la vida y vitalidad a las huertas rurales que han alimentado durante generaciones a millones de personas en todo el mundo. El reto no puede ser más bello; restaurar el ciclo de la tierra y de las semillas de manera sostenible para obtener alimentos saludables, locales, inclusivos y llenos de sabor.
El 21 de diciembre del presente año es una efeméride que marca el final de un ciclo y el principio de una nueva era. No es solo la entrada del solsticio de invierno en el hemisferio norte y el de verano en el hemisferio Sur, entramos en la era de Acuario y la conjunción entre estos dos planetas, Júpiter el más expansivo y Saturno el más restrictivo van a traer un cambio estructural en la organización a nivel global.
La sociedad del último siglo vive divorciada de la Naturaleza, ha creado un modelo social basado en la explotación de los recursos del planeta, ha ordenado la construcción de ciudades monstruosas que han sido la causa de un éxodo rural masivo, a la vez que de un abandono del conocimiento y sabiduría ligada a la tierra sin precedentes. Todas estas acciones irresponsables tienen consecuencias y por ello la O.N.U esta hablando que el cambio climático es el problema más grave y de emergencia mundial al que se enfrenta el colectivo humano en el recién inaugurado siglo.
“Nada de verdad puede crecer sin libertad”, limitar la libertad que a lo largo de la historia el ser humano ha tenido en su vínculo con la huerta es un error humano con graves consecuencias.
Cuanto conocimiento, tiempo, esfuerzo y dinero dedica la administración, fundaciones y colectivos por conservar y mantener patrimonio de diversa naturaleza como; ermitas, palacios, museos, obras civiles, etc,….una acción necesaria y que muestra el compromiso de las instituciones por salvaguardar una parte importante del pasado y con ello de la historia de las generaciones que nos han precedido.
Educar y difundir el valor que representan los bienes de interés cultural a las generaciones presentes y futuras es una responsabilidad que nos concierne a todos. Aunque hay un bien que va más allá de lo material, que nos religa a la condición humana, que nos da el equilibrio y la conexión con el planeta y con los cinco sentidos y más allá de todo esto, que nos permite recuperar el sabor, el gusto por la vida, la identidad de cada territorio y la singularidad y riqueza que cada rincón de la tierra ha dado la vida a la humanidad que vive en la Tierra.
Estoy señalando al alimento y de manera especial al lugar o soporte donde se da y se fragua el sabor y la calidad de los frutos que nutren a los seres humanos; -la huerta-. ¿Cuándo se va a cometer la restauración de las huertas en toda su integridad? Es evidente que cada uno observa en función de sus vivencias, enseñanzas y de la relación que uno a titulo individual crea con su entorno y con el planeta que es el edificio que nos mantiene a todos.
A mitad del siglo pasado, la llamada -Revolución Verde-, jugo un papel importantísimo en el fenómeno conocido más tarde como “erosión genética”. Los laboratorios empezaron a diseñar semillas más productivas, adaptadas al uso de fertilizantes de síntesis con el objetivo de acabar con el hambre en el mundo. Es evidente que el objetivo de acabar con el hambre no se ha conseguido y si en cambio ha tenido graves consecuencias los efectos de menospreciar la agricultura tradicional y la fertilidad del suelo en base a los animales domésticos.
Lo que la vida había construido a lo largo de la historia, donde la relación, observación, adaptación y sabiduría del ser humano con la naturaleza coexistía en equilibrio, en unas pocas décadas por los intereses y el poder se ha ido diluyendo hasta llegar a la situación de casi abandono total del uso y cultivo de variedades tradicionales y/o locales en muchos territorios del planeta. Si a esto le añadimos el éxodo rural a las ciudades y la pérdida del relevo generacional la situación es verdaderamente alarmante.
Es evidente que cuando se produce una erosión a tal velocidad, el impacto es tan grande, que tomarse en serio y reaccionar no resulta fácil. Ya entrados en la tercera década del siglo XXI es una realidad innegable que o tomamos el papel que el alimento tiene en la sociedad como un aspecto capital, a la vez que limitador y transformador del modelo social en el planeta o la situación solo traerá más dificultades para el devenir del colectivo humano en el planeta.
Aquellas personas que hemos tenido la inmensa fortuna de nacer y vivir en un pueblo, hemos escuchado este tipo de frases; esto es verdura y no lo que venden por ahí, estas judías tienen sabor, este tomate si huele a tomate, esta variedad más temprana aguanta más el frío, esa semilla nace mejor si hace calor, esta hortaliza se siembra con la luna en mengua, etc,…
La agenda 2030 que adoptó la ONU a través de los 17 ODS (objetivos de desarrollo sostenible), establece un número importante de retos y señalan desafíos como acabar con la pobreza y el hambre en el mundo. Los estados miembros se comprometieron a establecer acciones y poner los medios para terminar con la pobreza, el hambre, a combatir las desigualdades, a proteger los derechos humanos, promover la igualdad de géneros, el empoderamiento de las mujeres y las niñas, y garantizar la protección de los recursos y el planeta.
“Por todo ello los huertos tradicionales son parte de la solución del problema para lograr la agenda 2030”
Huertas abandonadas, aspecto habitual en muchas localidades por una desacertada política social, económica y cultural.
Es necesario que la administración se ponga a trabajar, es inaceptable en materia alimentaria que no se prime y se tomen las medidas oportunas para fomentar el cultivo y consumo de la producción local, y que a la vez no se eduque en el papel que ello tiene no solo en la restauración de la huerta y el empoderamiento de las personas que viven en las zonas rurales, si no en la recuperación de cultivos tradicionales y el papel que ello tiene para devolver el sabor identitario a las cocinas populares y a las singularidades que acompañaron a los hombres y mujeres durante generaciones en materia rito-cultural-gastronómica.
Es intolerable observar el estado de la huerta en nuestro país, abandonadas en su mayoría en los pueblos y cubiertas de cemento en las capitales por la especulación del ladrillo. Dos aspectos que muestran la condición humana por un lado y por otro la vulnerabilidad y dependencia de la sociedad en pueblos y en ciudades por no haberse realizado una política vertebradora y sostenible.
En los pueblos no se cultiva por que dicen que ya no vale la pena y es más fácil ir a una gran superficie a 30 ó 50 kilómetros o más dejando la tierra huérfana. No hace falta ser un estadista para entender que esta situación no va solo de números, los hechos y el impacto medio ambiental por este modelo acomodado de vida que nos han impuesto ya vemos las consecuencias.
Cuantas tardes he asistido a verdaderas -master class– por señoras y señores de campo, donde la economía circulante bendencía a las sociedades rurales por su autosuficiencia con el lema (compra en casa, vende en casa y harás casa). Toda esa cultura ha sido menospreciada y arruinada para ver el desequilibrio actual, roto por los intereses del poder. Hoy se evidencia algo que jamás se había visto antes, el control absoluto y bien ejecutado por dirigir a la gran masa social a vivir en las grandes ciudades.
Pero hay algo que me produce una desazón extrema, como es posible que el poder y la manipulación de ideas haya logrado hacer creer incluso a los ciudadanos de los pueblos que ya no merece la pena mantener los huertos y si algún héroe o heroína lo hace, la administración no lo hace fácil. Falta conocimientos y educación en la clase política, estamos perdiendo la cultura hortícola, los huertos están desamparados y las semillas abandonadas. El sabor está ausente, el saber se pierde y la gran pregunta ¿quien será el sabio que conocerá la clave para arreglar este desafío?
Sobre el cultivo intensivo y deslocalizado poco queda por decir; alimentos con un indice mayor de residuos tóxicos, con menos sabor, con un uso mayor de recursos y con un impacto ambiental enorme en el planeta para nutrir de manera menos eficiente a los estómagos.
Invito y emplazo a la administración a restaurar huertas en el mundo rural con semillas tradicionales, con el objetivo de dar ejemplo y ser parte activa de la agenda 2030. El alimento es el único monumento que se puede disfrutar con los cinco sentidos, restaurarlo es recuperar el rol y papel vertebrador que desempeña en el territorio donde se da, es la mejor evidencia para comprender el significado y vícunlo de los seres humanos con la tierra y con la vida.
Lote de semillas tradicionales aportadas al Banco de Germoplasma de Zaragoza el verano del 2019.
En el año 1966 se creó en España el primer banco de semillas, gran trabajo la de este y otros centros de Conservación de Recursos Fitogenéticos por recolectar, salvaguardar y custodiar una gran parte de la biodiversidad agraria. Hay que felicitar a estos centros por su brillante labor, pero es cierto que hay que dinamizar este material y el conocimiento entorno a él, fomentar la vuelta a su lugar de origen y comenzar de nuevo con el ciclo y vínculo entre el hombre y las semillas para que los consumidores recuperen sabores olvidados, pero no desaparecidos. ¡¡Hay tanto trabajo por hacer¡¡ Especialmente en el panorama gastronómico, hay un sinfín de colores, aromas, sabores y texturas inéditos esperando emocionar y ser redescubiertos en las cocinas.
Cuando un ser humano ha experimentado la vivencia de reconocer una semilla, de sembrarla, de recoger el fruto y de guardar semilla para un nuevo ciclo adquiere la comprensión de los ritmos de la naturaleza, inclina la cabeza ante la magia de la creación y siente una admiración y respeto por el orden y la posición que debe ocupar el ser humano en el planeta Tierra.
Entramos en un nuevo año, un nuevo ciclo y una nueva era, ser optimistas, salir de las ilusiones, de los acomodos y empezar a gestionar lo que realmente es útil para la sociedad; el alimento, la fraternidad y el conocimiento. Hay mucho por construir y compartir, ¿empezamos?
Todo la cultura es importante, pero quien me negará que un paladar, un estómago y un corazón satisfechos por las singularidades que la tierra dota a cada alimento, complacidos por las cualidades organolépticas identitarias que cada semilla ofrece, y llenos del amor por la labor que cada humano pone en el cultivo, predisponen a una visión más humana e intelectual para el interés colectivo y el gusto por la vida.
¡¡Feliz año y mucho ánimo¡¡
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